La crítica
social no se limita a cuestionar el papel de los partidos denominados “tradicionales”
( yo diría, que en el caso de la izquierda, en todo caso, sería históricos, dejando
para la derecha el papel de “lo tradicional); los sindicatos son otros de los
problemas del entramado político-institucional que, de una manera u otra,
sustenta un sistema cada día más en un brete.
El
sindicalismo español, desde una perspectiva histórica, se significó por su alta
ideologización y, por consiguiente, una estrategia obrerista beligerante. La CNT y la UGT jugaron un papel
fundamental en la organización de las milicias obreras a lo largo de los años
de los años en los que hubo que resistir a la involución armada de los
golpistas que, finalmente, lograron casi exterminar al movimiento obrero
organizado. No obstante, UGT, y posteriormente CCOO lograron “incrustarse” en
la estructura sindical vertical del franquismo, jugando un papel muy importante
en la movilización obrera y ciudadana de los últimos años de la dictadura. Aquel
papel de aglutinante social, con un carácter ideológico marcadamente de clase,
convirtió a las centrales sindicales en un importante parapeto contra los
neofranquistas y las estructuras heredadas del régimen dictatorial. Pero, la
transición “integró” a las organizaciones sindicales ( no solo textualmente en la Constitución ) en el
nuevo entramado institucional, “promocionando” en ellas un interés por la “institucionalización
personal” de sus dirigentes y creando una dependencia de las estructuras del
poder que con el paso del tiempo se ha mostrado como una verdadera enfermedad
para el sindicalismo.
De la
militancia consciente que se dio en los primeros años de legalidad en los
sindicatos mayoritarios, se pasó a una militancia que yo definiría de “servicios”
( conseguir servicios de asesoramiento y protección legal fundamentalmente, así
como cursos, ventajas comerciales, seguros y planes de pensiones, y otras cosas
relacionadas más bien poco con el sindicalismo). De una actividad beligerante,
se pasó a asumir el nuevo paradigma del sindicalismo “moderno”: la negociación.
Pero no una negociación basada en un equilibrio de fuerzas, sino en un mero
juego institucional donde la parte empresarial conseguiría, casi siempre, los
mejores trozos del pastel en liza, quedando para los trabajadores “los restos”,
o lo que es lo mismo trasladándolo a la realidad más cruel de nuestros días: la
sumisión (en función de una premisa que se ha instalado en la sociedad a base
de concesiones: “más vale poco que nada”. Ese espíritu del “logro resignado”,
junto a la profunda “profesionalización” del sindicalismo mayoritaria, nos ha
situado ( y hablo en primera persona por ser y creerme miembro de un sindicato
de clase) frente a la peor situación que una organización obrera pudiera
enfrentar: el descrédito frente a su propia clase.
El trabajo
sindical pasó de la defensa de los colectivo a la lucha por los derechos
sectoriales, del compromiso ideológico y efectivo, a la gestión de la miseria. El
número de afiliaciones creció, pero el decrecimiento de la “militancia” fue y
ha sido de tal magnitud que, ante la mirada de los y las trabajadores y
trabajadoras, ya no “nos representan”.
Es una
realidad constatable que, junto a la perdida consentida e incentivada de la
conciencia de clase ( como concepto de pertenencia, a un todo colectivo) fruto
, en gran parte de la una transición política “planificada ex profeso, pone en
una encrucijada a los sindicatos: o seguir siendo o no ser.
El seguir
siendo una pieza más del engranaje del entramado institucional de nada va a
servir a los trabajadores y trabajadoras que ven como sus condiciones de vida
y, por ende sus derechos sociales (vitales) son cada día más precarios. Seguir
manteniendo una superestructura cada día más ajena a la realidad social y
laboral, de nada va a servirnos pese al simbolismo que todavía siguen
manteniendo y los gestos que siguen realizando, más de cara a la imagen que a
al objetivo de recuperar el papel de instrumento de lucha.
El no ser,
parece que no se baraja. Y no se hace, simplemente porque, al igual que ocurre
a la clase política, el equilibrio de intereses no lo permitirá. Todo esto,
sumado a la “desindicación” de la clase trabajadora, nos deja más desamparados
que nunca, pero ahora, sin armas con la que luchar: las contradicciones entre
la “jerga” discursiva y la practica cada día son más claras y ahondan en una
brecha que cada día se hace más profunda.
En mi
opinión, la solución ( al igual que en el ámbito político), la tenemos los
trabajadores y trabajadoras: la toma masiva de las organizaciones y la movilización
interna. No nos va a servir de nada apelar a la responsabilidad de las actuales
estructuras burocratico-sindicales pues, a parte de lo que antes mencionaba (
jerga discursiva y gestos simbólicos) la defensa de un status preferente parece
que seguirá siendo la trinchera de resistencia de los y las dirigentes. Es por
ello que la afiliación masiva, la supresión de determinados estatus administrativos,
la independencia y autonomía económica progresiva ( más militancia, menos
burocracia), el establecimiento de estructuras transversales que nos devuelvan
al concepto de lucha general por lo colectivo y la implicación directa a través
de movimientos vecinales, locales, etc, parece ser el único camino posible para
recuperar las únicas herramientas que nos quedan a los trabajadores y
trabajadoras para defendernos del capitalismo envalentonado.
Al
sindicalismo en nuestro país, le ha ocurrido lo mismo que le ocurrió al
sindicalismo en los países nordicos (políticamente también ha ocurrido algo
similar). La paz social impuesta por la derecha en esos países, todavía no ha
sido visualizada por los sindicatos obreros ( ni por los partidos socialdemócratas
que han girado, como toda la socialdemocracia, hacia el social liberalismo)
como la trampa que era: paz social, pero solo para una parte. Al igual que los
sindicatos nordicos, las movilizaciones (multitudinarias) casi simbólicas han
sirvieron para provocar la presión necesaria en el gobierno de derechas para
que rectifique sus políticas. La inexistencia de una movilización más
beligerante aunque de tamaño menor ( en el ámbito local, interprofesional, etc)
hace que las necesarias movilizaciones queden en algo casi curricular, al menos
para los sindicatos ( que parecen justificar su propia existencia con cifras de
“movilizantes”).
No se
vislumbra en el horizonte una reacción más allá de la protesta testimonial; una
rebelión en toda regla que, partiendo de una reflexión y actuación interna en
las organizaciones sindicales, transmita a la sociedad las propuestas y el
impulso necesario para tomar de nuevo el pulso a una realidad que día a día, se
nos escapa.
Evidentemente
mi opción es por un sindicalismo de clase, movilizado y organizado de forma lógica
y sostenible ( no en superestructuras centralizadas), que mantengan las
herramientas legales (absolutamente necesarias) pero recupere la militancia
como base de su funcionamiento. Mi opción es por recuperar la confianza y la
complicidad de los y las trabajadores y trabajadoras a través del ejemplo, a
través de las propuestas de acción, a través de la coherencia en la defensa de
los intereses, más allá de coyunturas y particularidades.
Creo que es
necesario recuperar una estrategia de lucha interna que supere el interés por
las cuotas de poder y la sustituya por cuotas de credibilidad: es necesario que
nos reorganicemos para luchar, desde dentro, por nuestro sindicato: la única
arma que nos queda y que estamos perdiendo ( si no hemos perdido ya).
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